La frase del día

El hombre puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero sólo un segundo sin esperanza.” — CHARLES DARWIN

miércoles, 27 de mayo de 2009

LA SENSIBILIDAD DEL ARTISTA

A lo largo de los tiempos, distintos hombres se han visto tocados por una gracia especial para llevar a cabo empresas que al resto de los mortales les resultaban, en lineas generales, difíciles o imposibles de realizar, lo que propiciaba que se desarrollase en la mayoría de los casos una variante de los comunes celos, que aderezada con una pizca de envidia y unas gotas de animadversión, hizo de aquellos diana de distintas burlas, carnes de presa fácil de las que se podía hacer con total inmunidad mofa, befa y escarnio (en el mejor de los casos), o les convertía en objeto de persecución, cacería y muerte. Miguel Servet, por ejemplo, desarrolló sus estudios como médico hasta un punto tal, que le hizo descubrir los misterios del torrente sanguíneo, lo que le valió la excomunión y la muerte en la hoguera por sus heréticas conclusiones. Galileo, tuvo que pasar por el tribunal de la Santa Inquisición para desdecirse de la absurda teoría de que la tierra giraba alrededor del sol, para concluir diciendo en voz baja eppur si muove (y sin embargo se mueve) y morir cansado y derrotado, habiendo tenido que abjurar de aquello que había estudiado durante años. Grandes ignominias se han cometido a lo largo de la historia contra grandes hombres que lo único que hicieron fue aplicar sus conocimientos y ayudar a la humanidad a subir otro peldaño hasta alcanzar lo que es hoy.


Todos esos hombres, que alcanzaron notables cotas de excelencia dentro de sus diferentes disciplinas, tuvieron en común algo, muy común en los humanos, pero que sólo unos pocos quieren escuchar, por lo doloroso que resulta hacerlo. Yo lo denomino eufemísticamente la sensibilidad del artista, y tiene la propiedad de manifestarse en todas las personas sin distinguir raza, ni religión, ni estrato social... todos lo llevamos dentro. Solo marca la diferencia la atención que queremos ponerle a sus palabras, que para unos parecen lejanos susurros, y para otros resultan gritos atronadores.


La necesidad de exorcizar fantasmas, suele ser la forma más común que tiene de manifestarse: comienza por una leve melancolía, que con el paso del tiempo, si no se satisfacen sus deseos termina trocándose en melancolía brutal, incompasiva y constante, que empieza a marcar tus actos, hasta sumirte en un estado depresivo total, que te convierte en un ser incapaz de desarrollar una vida normal, a menos que no abras la válvula de escape, y los dejes salir en forma de escrito, cuadro, coleccionismo, canción... tantas formas de expresar como cosmovisiones existen. Recuerdo que en una ocasión tuve la oportunidad de visitar el taller que un amigo había montado en su garaje. Me lo mostró como el que revela su santuario. Hasta ese momento, yo no comprendía por qué pasaba tanto tiempo allí, hasta que por fin lo vi: Los barcos y aviones de aeromidelismo, las maquetas que había hecho con sus propias manos, las tallas de madera finamente labradas... su sensibilidad de artista quedó al descubierto para mí: la firmeza de los surcos en unas obras, la desidia y la tristeza en otras... sin duda dejaba impresa en cada escultura su estado de ánimo.


Y esto solo es la parte positiva, por que, como todo en esta vida, cualquier expresión plástica tiene su parte negativa. Los que somos poseedores de esa sensibilidad somos seres taciturnos (aunque algunos lo disfracemos, para los temas que de verdad nos importan somos muy reservados), meditabundos y, si se me permite la expresión, tristes hasta en las alegrías. Es de una gran dificultad convivir con alguien como nosotros, ya que, aunque somos excelente compañía en los momentos malos, nos cuesta dejarnos llevar en los buenos. Inconformes con nuestro estado de ánimo, siempre buscamos con nuestras reflexiones una lectura diferente a la superficial, haciendo que al final una buena parte de la alegría se nos haya esfumado.


Por otra parte, nuestra cosmovisión se ve afectada en demasía por cualquier cosa que suceda en torno a nosotros, lo que deriva en una facilidad cuasi increíble para conseguir herirnos, con lo que, si esto es obviado por quien nos trata a diario, por acción u omisión, podemos vernos afectados por muchas cosas que, en sí, no deberían constituir problema alguno. Si a esto le unimos nuestro hermetismo, nuestro hierático comportamiento, y nuestro cuasi-sempiterno estado de angustia, el resultado es un ser tan fácil de contentar como de herir, con un halo de tristeza que, en el mayor número de casos, no es tal.


Supongo que este es el precio que tenemos que pagar por ser capaces de expresar nuestros sentimientos de una manera diferente a los demás. No sé si se debe agradecer el regalo o maldecirlo; pero de lo que sí estoy seguro es de que tenemos que aprender a convivir con él, resistiendo la tristeza, que en la mayor parte de los casos, es una fuente inagotable de imaginación. Es paradójico que, cuanto peor estemos, más fácilmente creamos. Estigma cainita, que nos acompañará mientras vivamos, invisible para los demás, indeleble para nosotros.

martes, 5 de mayo de 2009

HOY


Hoy, he estado reflexionando durante una buena parte de la madrugada, y otra de la mañana. He pensado mucho acerca de mí, de todo lo que me ha sucedido últimamente, y he llegado a la conclusión de que han sido demasiados los golpes que he aguantado, que no creo que me merezca tantos, aunque haya habido algunos que si que hayan sido merecidos.

Hoy, he tenido por fin el valor para mirar en mi interior, y lo que he visto me ha hecho llorar, recordando quien era, recordando quien me gustaría ser, y comparándolo con la caricatura en la que se ha convertido mi corazón. Todos aquellos que han hecho todo lo que han hecho en el nombre del amor que decían sentir por mí, han dejado agonizante al niño que llevo dentro, que yace en el suelo, con los ojos mirando hacia el horizonte, mientras preguntan "¿por qué?", mientras la lágrimas (las mismas que ahora ruedan por mis mejillas), le recuerdan a través del dolor, que por lo menos aún sigue vivo, manteniendo así la esperanza de poder volver a caminar algún día.

Hoy, mientras realizo ese viaje hacia ninguna parte, escuchando marchitarse las flores que hay a ambos lados del camino, justo a la altura del último pájaro que, agonizante, cayó hace unos segundos del cielo, veo ante mí esa tierra ahita de podedumbre y cieno en que han convertido mi alma aquellos a los que más amé, todos los que en el nombre del amor han tratado de reconducirme hacia lo que para ellos es el buen camino, atando para ello a mi cuerpo cinchas repletas de espinas, que se han clavado en mi carne, desgarrándola sin compasión; pero, eso sí, todo en el bendito y sagrado nombre del amor terreno y filial, que sin duda ha motivado sus actos.

Hoy, que el rencor ha sido desterrado de mi yermo páramo, que ninguno de mis sentimientos se ve ya movido por el odio ni la animadversión, por fin he encontrado el valor para volver a llorar, mientras maldigo a todos aquellos a los que más amé, a todos los que me recibieron en su dulce regazo, hoy lleno de afiladas puntas; a todos los que me han dejado inservible para el amor, para los sentimientos agradables. A todos los que pasaron junto a ese niño agonizante que hay tendido en el camino, y pretendieron levantarlo a fuerza de puntapies. Gracias a todos ellos, por haber convertido mi alma en el mayor cementerio de sentimientos que jamás haya conocido.

Hoy, ahora que acuno a mi niña entre los brazos, veo como un pequeño viento de vida entra en el yermo páramo, mientras me pregunto: "¿cuanto tardara en ser asesinado en nombre del amor?". Quizás no muera, no hay porqué. Mientras comienza a respirar de nuevo el pájaro exangüe, y el sol comienza a tejer un dorado nido en el cielo, el légamo comienza a secarse. ¿Quién sabe si no será la base para una nueva cosecha?. Una oración irá por ello.